Tras recibir noticias de que su padre se encontraba gravemente enfermo, Morihei Ueshiba abandonó Hokkaido. Su padre murió poco después y eso afectó profundamente a O’Sensei quien veneraba a su padre.
Más tarde, Morihei Ueshiba entró en contacto con Onisaburo Deguchi, el líder espiritual de la religión Omoto-kyo (derivada del Shinto meditativo) en Ayabe que defendía, entre otras cosas, la resistencia no violenta. Además de tener un gran efecto sobre su evolución espiritual, esta conexión tuvo un gran impacto en la vida de Morihei Ueshiba al ponerle en contacto con las élites políticas. El Ueshiba Dojo en Ayabe fue utilizado para entrenar a los miembros de la secta Omoto-kyo.
En 1924 Morihei se embarcó en una aventura que resultó ser crucial para su desarrollo espiritual. Se dirigió junto con Onisaburo a Manchuria y a Mongolia, en busca de una tierra sagrada donde poder establecer un nuevo gobierno mundial basado en preceptos religiosos. Sin embargo, su expedición fue desafortunada y cayeron víctimas de un complot y cuando llegaron a Baian Dalai, se encontraron con tropas chinas esperándoles para arrestarles. Morihei, Onisaburo y cuatro más fueron sentenciados a muerte. Afortunadamente, justo antes de que les fueran a ajusticiar, un miembro del personal consular japonés intervino y consiguió su liberación y su retorno a Japón.
Entre las muchas anécdotas rodean la vida de Ueshiba, una de las más conocidas tuvo lugar precisamente en esta región. El grupo se dirigía a su destino cuando cayó en una emboscada y cientos de balas empezaron a llover sobre ellos. Todo parecía indicar que la muerte era inevitable, pero Ueshiba permaneció imperturbable: según explicó posteriormente, en aquel momento podía percibir claramente la trayectoría de las balas y esquivarlas con un ligero movimiento.